El hombre de las mil caras y el despertar de lo siniestro
Estamos en la época en el que las alturas eran para unos pocos y cuando los aviones aún no eran autobuses. Este es el comienzo sobrio pero inquietante y expectante de la película de uno de los directores españoles que están más en forma en la actualidad. No es habitual que el comienzo de un film prometa y te embriague tanto como lo hace El hombre de las mil caras. También es muy complicado encontrar la metáfora adecuada en el cine. Sobretodo que defina no solo las expectativas de la historia que se quiere relatar sino el deseo de casi un todo país, como sigue siendo, de conquistar las alturas de la manera más rápida posible y a cualquier precio. ¿Les suena? La época hipermoderna en España estaba a punto de despegar, la película se sitúa entre el final de la inocencia democrática española y el principio de la cultura del pelotazo. Era el momento en el que la generación nacida en democracia estaba a punto de acceder a la universidad, las instituciones democráticas empezaban a diluirse y las promesas hechas a todo un país de trabajadores se iban a mostrar poco a poco en toda su mezquina falsedad.
La historia se cuenta a partir de Paco Paesa (nuestro agente secreto patrio particular) ese personaje siniestro que se mueve entre lo épico y lo cutre. Y su relación con Luís Roldan aquel patético personaje que llegó a ser alto cargo de la Guardia Civil engañando y que según él tan solo hizo lo que todos a su alrededor hacían, sin más, robar.
De ritmo trepidante, la película te atrapa en el deseo de querer saber más, todo está magistralmente contado a partir de unas interpretaciones llena de matices, de sutiliza exquisita, donde la mirada y el gesto tienen mayor poder que la palabra, donde es imposible adivinar cual será el próximo paso de los protagonistas.
Destacar la interpretación de Eduard Fernández que es tan enigmática y atraviesa tanto al espectador, que me temo que a partir de ahora no habrá más Paco Paesa sin Eduard Fernández, cosa que hace grande al actor que demuestra que no es necesario el método que algunos actores venden como infalible de vivir y meterse en la vida real de los personajes para interpretarlo con veracidad. No hay mayor veracidad en el cine que una mentira y el hombre de las mil caras es capaz de articular a la perfección ese juego de realidad y ficción, la verdad y la mentira que gira en torno al Paco Paesa real y a todos los enigmas sin resolver que siempre hay en todos los casos de corrupción.
Es Freud quien analiza en profundidad el concepto de lo siniestro. Definido como todo lo que debe haber quedado oculto, secreto pero que se ha manifestado según el poeta Schelling. Es en ese preciso momento histórico en el que se sitúa la película, momento donde nuestra joven democracia advirtió que las pulsiones de las personas que regían las instituciones nos conducían a lo peor. Los españoles perdimos nuestra ingenuidad, por decirlo así, al advertir que un sistema democrático por el mero hecho de serlo no es suficiente para que los sujetos persigan el común. Tampoco la educación, tener dos carreras y hablar cuatro idiomas, como tardó en demostrarse. Terrorismo de estado, extorsión y corrupción, entre otras abyectos vicios, que lejos de atajarse en el momento inicial, tomó impulso para hacerse endémico y extenderse en nuestro sistema social y político, ya sea del color político que fuere, izquierda, derecha, partido político, empresario y/o sindicatos. Y en esas estamos, sin que nadie ataje el problema, por estar desorientados y vivir en un declive ético e intelectual, que hace de las profesionales meras rutinas que no dejan apenas tiempo y menos alientan a saber como organizan el mundo los de arriba.
Freud fue el primero que advirtió que lo siniestro se da cuando se desvanece los límites entre la fantasía y la realidad, cuando lo que habíamos tenido por fantástico aparece ante nosotros. O sea, cuando uno refiere ¡Otras, nunca hubiese que tal cosa se pudiera hacer realidad! Ahora, empero, estamos curados de espantos, quizá porque el sistema político nos ha anestesiado para mejor gozar de nosotros. Sin duda es el momento de tomarse en serio las enseñanzas freudianas y lacanianas, y leer libros como La otra escena de la corrupción, del psicoanalista José Miguel Pueyo, para enfrentarnos a la realidad con las herramientas adecuadas y no dejar que el último plano de la película sea la metáfora del mundo en que habitamos...al ser descubierto, responder, ¿Paco? Yo no soy Paco.
Girona, 30 de setiembre de 2016
Sergio Domínguez
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