Lorna Smith.
Vivo ejemplo de cómo la desorientación clínica se apoya en la ideología y en ilusorias intenciones.
Una vez más se constata cómo la desorientación teórica y clínica se apoya en la ideología, y cómo ese desafortunado encuentro no puede sino desorientar a más de un lector de La Contra de La Vanguardia.
El agente de tan turbadora y mítica trasmisión de saber es en esta ocasión la profesora de la Universidad de Utah Lorna Smith. Sus 83 años de edad y todas sus investigaciones en el campo de la psicoterapia, concretamente de la Terapia Reconstructiva Interpersonal, sólo le han permitido conformar un discurso en el que no faltan errores teóricos tan graves como «La naturaleza nos programa para obedecer a nuestros padres», o de ideológico y enajenante talante como «La ciencia es una manera de admirar y de estudiar el trabajo de Dios.»
Tal vez cuando esta profesora de Utah, que sigue la moda de lo que vengo denominando Metáforas sin conciencia, sostiene que «Los gobiernos deben crear condiciones para que los niños crezcan sobre una base segura», está pensando que la «base segura» para que los niños crezcan sanos y cívicos es que crean que son, como cuanto habita en el mundo, obra de Dios. Lo que sin duda no se ha parado a pensar esta profesora norteamericana, quizá porque su historia personal no se lo permite, es que obra de Dios eran los desalmados dominicos de la Santa Inquisición, y creados asimismo a la imagen y semejanza de un Ser Supremo, al menos para los acólitos de las religiones del Libro, fueron los yihadistas que cometieron los luctuosos acontecimientos de la estación de Atocha, las Torres Gemelas y la discoteca Bataclan.
El año 1953 Lacan advertía al psicoanalista, «Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época». Este interesantísimo y novedoso cruce entre el discurso sociocultural y lo individual es algo que han olvidado, quizá porque lo ignoran absolutamente, algunos críticos de la cultura, desde Gilles Lipovetsky a Zygmunt Bauman, pasando por Gilles Deleuze y Jean-François Lyotard. Pero lo desconoce más aún la psicoterapeuta Lorna Smith, pues contrariamente a su afirmación de que «La naturaleza nos programa para obedecer a nuestros padres», se trata de que el padre, como Dios, al menos en algunas latitudes del planeta, ha muerto. Los antiguos dioses han sido reemplazados por la vorágine de los objetos del mercado de consumo, objetos que siendo los del capitalismo salvaje consumen al sujeto en el consumo de lo trivial que oferta ese nuevo Señor que es el capitalista… Cierto, absolutamente es así, los rojos tampoco son almas de la caridad. Pero si hay un verdadero amo absoluto ese amo no es otro que el inconsciente, un ámbito en el que habitamos y que determina cuanto hacemos, pensamos y hacemos. Se trata de un ámbito que nos espera desde siempre, pues no hay sujeto humano que no esté conformado en lo que es por la relación con el lenguaje atravesado de deseos del Otro familiar, Otro que está inscrito en un Otro más amplio, el Otro sociocultural… Ya saben ustedes, no es lo mismo haber nacido en Valladolid que en Catalunya, por ejemplo.
Muestra inconfundible, pero entre otras igualmente destacables, del desconocimiento teórico-clínico de Lorna Smith es su afirmación de que «los síntomas del trastorno mental (ansiedad, rabia y depresión) son consecuencia de una mala adaptación». Es decir, según esta psicoterapeuta una persona adaptada, pero ¿adaptada a qué? sería una persona sana. A este despropósito teórico y atentado contra la ética se suma el acento puesto en las emociones y los sentimientos, a los que alude cuando habla de «cerebro primitivo», ya que al hacerlo así se descuida lo fundamental, esencial y crucial en la determinación del modo de ser de una persona. Me refiero al complejo de Edipo y en éste al eje normativizante esencial que, pudiendo ser ejercido por cualquier persona, es la Función del Padre. Otro error clínico mayúsculo es confundir, como hace Smith al referirse a los «tres patrones de copia», la imitación, la copia con la identificación, aspecto mucho más complejo y siempre inconsciente. Quede también claro en este punto que la educación, aunque necesaria no es suficiente para que un niño sea sano y juzgue adecuadamente a su entorno. El psicoanálisis nació por el declive de la clínica psiquiátrica y porque la educación falla.
Lo que Lorna Smith se atreve a sostener sin apuros, permitirá incluso al lector más descreído admitir el acierto de Lacan cuando recordaba que la psicoterapia, la que Smith defiende sobremanera enmascarada en ilusorias intenciones, conduce a lo peor, valga agregar por mi parte en lo teórico, en la clínica y el plano ético.
Girona, 28 de octubre de 2019
José Miguel Pueyo
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