En las primeras páginas de El malestar en la cultura, 1929 [1930], Sigmund Freud (1856-1939) se refiere a los grandes grupos de lenitivos con los que los hombres de todas las épocas han intentado mitigar el sufrimiento que implica la falta-a-ser ‒cabe decir la evidencia de no ser dioses‒ así como para paliar los negativos influjos externos. «La vida ‒dice el primer psicoanalista‒ nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones y empresas imposibles. Para soportarla, solemos echar mano de lenitivos, ‘No se puede prescindir de las muletas’, nos ha dicho Theodor Fontane. Tales atenuantes para la condición humana y de las adversidades socioambientales, llamados también quitapenas, son de tres tipos:
• distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria;
• satisfacciones sustitutivas que la reducen;
• narcóticos que nos tornan insensibles a ella.»
Voltaire (1694-1778), ‒prosigue el genio vienés‒, alude a las distracciones cuando en Candido formula a manera de envío el consejo de cultivar nuestro jardín; también la actividad científica es una diversión semejante. Las satisfacciones sustitutivas, como la que nos ofrece el arte son, frente a la realidad, ilusiones, pero no por ello ineficaces, gracias al papel que la imaginación mantiene en la vida anímica. En cuanto a los narcóticos, influyen sobre nuestros órganos y modifican el quimismo. No es fácil indicar el lugar que en esta serie corresponde a la religión. Tendremos que buscar, pues, un acceso más amplio al asunto.»
¿Es dable ver en la terapia del Silencio y en el Mindfulness satisfacciones sustitutivas destinadas a mitigar el sufrimiento y aun alcanzar un elevado grado de felicidad? Recordar los orígenes sacros de la terapia del Silencio no parece baladí. Se remonta a los Esenios, una secta judía del siglo I a.C., cuyos miembros vivían en la orilla Occidental del mar Muerto. Bajo el lema «Ayudar, enseñar y sanar», aquellos ascetas juraban piedad, justicia y veracidad, e imaginaban que podían llegar al conocimiento pleno, que requería siete niveles de enseñanza, cada uno de una duración de siete años, por lo que sólo se conseguía ser maestro a edad madura. Siglos más tarde, algunos gurús, como Tirumalai Krishnamacharya y Swami Ji, retomaron las enseñanzas místicas de quienes practicaban la comunidad de bienes, la humildad y el celibato. Con exultante egocentrismo los nuevos adeptos afirman que la terapia del Silencio abre las puertas a la liberación y la felicidad, inspira compasivas actitudes, permite comprender nuestra auténtica naturaleza, y al suspender los pensamientos y conductas perniciosas procura un sosiego duradero. Semejante loa del silencio es en detrimento de la palabra. Para los acólitos de la terapia del Silencio hablar consume energía y agota el oxígeno del cuerpo y la mente, y en esa pueril etiología ven el origen del síndrome burnout (quemado, fundido), un tipo de estrés laboral, de agotamiento físico y emocional que según ellos afecta a la autoestima. La Iglesia Apostólica Romana es ajena al voto de silencio. Entre los cartujos y los trapenses, existe el voto del silencio, pero de forma individual y voluntaria. La «conversio morum suorum» recogida en la Regula Monachorum de San Benito (480-547), sólo contempla evitar la conversación innecesaria, pero nunca prohíbe hablar y hacer voto de ese tipo.
La terapia del Silencio puede ser observada contra las emociones negativas y para sofocar las tentaciones de los pecados capitales. Pero su fuerza es relativa. Entre otros motivos porque la libido encuentra exutorios, afectando gravemente, en el retorno de lo reprimido que es el síntoma, al cuerpo, la psique y al devenir intelectual. No corresponde decir nada distinto del Mindfulness o conciencia y atención plena, una técnica psicoterapéutica basada en la antiquísima meditación budista Vipassana, con movimientos y rutinas respiratorias, popularizado en Occidente por el médico norteamericano Jon Kabat-Zinn.
Pues bien, digámoslo ya, en psicoanálisis «satisfacción sustitutiva» es una de las definiciones de «síntoma». Por consiguiente, la terapia del Silencio y el Mindfulness no serían sino síntomas. Tanto más es así porque con esas técnicas, asumidas por no pocos psicoterapeutas de distintas escuelas, se pretende erradicar no pocos síntomas. ¿Qué es lo que consiguen? Si la meditación, técnica fundamental de las terapias mencionadas, permite vivir el presente, en el aquí y ahora, momento a momento, este ideal se logra mediante dos factores relacionados: porque determinadas circunstancias personales hacen creer a pies juntillas el relato del otro, del psicoterapeuta, y/o porque por ese u otro motivo alguien puede imaginar que su pasado, su historia, en suma, su constitución subjetiva dejará de atormentarlo. En el mejor de los casos la terapia del Silencio y el Mindfulness sólo pueden disimular y por un breve tiempo el síntoma originario per via di porre, expresión del polímata florentino Leonardo da Vinci (1452-1519) en su intento de definir la técnica del pintor, quien da capas de pintura al lienzo ocultando así su textura originaria; a diferencia de la técnica per via di levare que es la que corresponde al escultor y, por ende, al psicoanalista. En otros términos, esas y otras técnicas psicoterapéuticas suelen añadir a los síntomas originarios uno nuevo más, como son los ideales que se proponen. La desorientación epistémica y ética es de los maestros, aunque los acólitos insisten en el error al transmitir sus enseñanzas. Tal es el perjuicio ético y el daño cognitivo al que se refería el sociólogo galo Michel Foucault (1926-1984) al acuñar la expresión «Poder pastoral». Habría que añadir que la via di porre en psicoterapia denuncia el desinterés por el origen, la fuerza y el sentido de los síntomas, así como la sobreexplotación demagógica de los supuestos beneficios de las técnicas propuestas. La sugestión tiene efectos rápidos, sí, pero breves en el tiempo. Contrariamente, el psicoanálisis al actuar per via di levare no agrega, aconseja o impone nada. Se trata de poner entre paréntesis la impostura y el engaño, que es tanto como decir que no se aprovecha de la delegación de poderes que las personas otorgan a los psicoterapeutas, por ejemplo, sino que por contrario desvela el sentido de los síntomas y el goce mortificante que procuran. El psicoanálisis está interesado en la génesis de los síntomas advertidos por las personas, así como por los que acunan, sin saberlo, merced a la identificación. En suma, la renuncia a la moral de los ideales permite al psicoanalista revelar las conexiones entre las ideas, actitudes y conductas y los deseos reprimidos, sin dejar de prestar atención a cuanto acontece o puede acontecer a las personas, siendo esto último un inmejorable procedimiento preventivo.
Los agentes de la terapia del Silencio, que no se confunde con el Movimiento Mute, quizá reconocen la imposibilidad de decirlo todo pero sin otro fundamento teórico que no sea imaginario. La imposibilidad del lenguaje humano para decirlo todo fue advertida por el filósofo alemán Martín Heidegger (1889-1976) y el poeta judío de origen rumano Paul Celan (1920-1970), idea expresada por el autor del Tractatus logico-philosophicus, 1921, el filósofo vienés Ludwig Wittgenstein (1889-1951), pero sólo formuladas con su auténtico carácter estructural por el psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981), teorización recogida en expresiones como «No hay Otro del Otro», «No hay sentido del sentido» o «No hay metalenguaje.»
La Fundación Oncolliga de Girona, en sus actividades de la 4ª edición de Girona novaCultura de Salud, programadas del 28 al 30 de setiembre de 2018, insiste en auspiciar, tal como ocurrió en la edición de hace dos años (cómo ya se denunció en De los extravíos de Girona novaCultura Salut (23-25 de setiembre de 2016) organizado por Oncolliga Girona), propuestas psicoterapéuticas denunciadas por su carácter anticientífico por el Grupo Español de Pacientes de Cáncer (Gepac), como asimismo se analizó en Las descabelladas opiniones sobre el psicoanálisis presentadas en el dossier de Angelo Fasce, Mitos y Pseudoterapias, elaborado para el Gepac. Alguien podría pensar que esta última institución está en el error; en mi opinión no es el caso.
La terapia del Silencio y el Mindfulness no nos puede hacer mejores, tampoco vivir más saludablemente para un bienmorir, y menos aún curar o prevenir la depresión, el estrés o la angustia, por ejemplo; sólo una identificación masiva y desorientada puede convertir a una persona en abnegado creyente de esas técnicas psicoterapéuticas. Tampoco conviene alentar la pulsión de muerte preparando a las personas para el postrero suspiro; todo médico experimentado conoce el milagro que puede generar quien no se deja morir, deseo, que siendo trágico, merece la mayor de las consideraciones.
Asociación de Psicoanálisis Universitat Lliure Popular de Girona
José Miguel Pueyo. Psicoanalista. President Honorari de la Universitat Lliure Popular de Girona
Girona, setiembre de 2018
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