Remedios para el amor según el cognitivismo conductual del terapeuta de pareja Walter Riso
Al leer «Mi amor tiene edad: fue la coca-cola de adolescente, hoy el gran reserva», lo primero que a uno de mis analizantes le vino a la cabeza es que las cosas no pintaban demasiado bien para el psicólogo Walter Riso. Desconocía, empero, que no sólo era así porque este clínico oriundo de Nápoles y afincado en Barcelona había mostrado públicamente esa intimista inclinación.
Los psicoanalistas, del mismo modo que desconfiamos de la intuición, sin excepción nos interesan las asociaciones que suelen provocar los excitantes mencionados así como las ideas que proceden de la abstemia más absoluta. Y no reparamos menos en lo que dicen las personas que siguen ubicadas en el tiempo en el que se creía que el sujeto humano se agotaba en el Yo consciente y en los neurotransmisores y en los genes; así como en el discurso de los que creen que todo lo que hace y desea el hombre puede recogerse en la fenomenología descriptiva de las conductas o plasmarse en pruebas diagnósticas como las de contraste yodado intravenoso; o en el de los que afirman que en las pastillas y en la identificación del paciente con los ideales del terapeuta reside la curación de todos los malestares. Algo al menos de esta línea teórica y práctica, tanto como de la superada ética del ser y el deber, se advierte en el trabajo que sucintamente hoy me propongo comentar.
Se trata del último libro de una serie sobre la felicidad y el amor que el mencionado terapeuta de orientación cognitivo conductual Walter Riso ha tenido a bien titular Manual para no morir de amor. Diez principios de supervivencia afectiva. Editorial Planeta/Zenith. Barcelona, 2011. Algunas ideas de entidad semejante a las que conforman este trabajo se encuentran en la entrevista que Lluís Amiguet («La Contra» de La Vanguardia, martes 24 de mayo de 2011) hizo al autor con ocasión de la aparición de su decálogo.
¿A qué cuestión pretende responder este clínico? Los lectores no siempre esperamos una primicia en el último libro que nos disponemos a leer, aunque cuando ocurre no escatimamos el agradecimiento. Como se habrá advertido, en esta ocasión se trata de un asunto tan conocido como anhelada es su resolución: la angustia, la desesperación y otros problemas no menores que en ocasiones produce el amor. Esos efectos son suficientes para intentar atajarlos, ahora con unos principios que Riso califica de supervivencia afectiva o resistencia emocional. A la presentación formal de los principios, ya presentes en la introducción del libro, le sigue un desarrollo pormenorizado de los mismos, para concluir con un pequeño resumen, y una bibliografía no comentada.
Es sabido que enamorarse puede dejar de ser una experiencia placentera. Tal vez lo que no se conozca tan bien es que la resolución de este problema no se atisba si se deja al margen la estructura psíquica de los enamorados, ya que determina el modo particular de amar, desear y padecer. Dado que no son pocos los autores que han intentado conjurar las desgracias del amor, y así el cese de las lágrimas y el desasosiego, interesa conocer las nuevas aportaciones a este asunto. ¿Habrá algún remedio para el desamor? Riso pertenece al grupo de los optimistas, más incluso porque asegura que sus principios:
a) Obran como esquemas de inmunidad o factores de protección.
b) Que quien los asume ama sin apenas equivocarse, y, por lo mismo, la desazón que a menudo provoca el amor se convierte en la excepción.
c) Que esas personas podrán amar sin morir en el intento, o sea, disfrutar del amor y sentir su irrevocable pasión.
d) Y en la línea de las promesas de los libros de autoayuda y fiel a algunos gadgets de la postmodernidad, califica a sus principios de ecología afectiva y asegura que permiten crecer como persona.
Sería meritorio que fuese así, sobre manera porque implicaría la vida para las mujeres que la ven segada por maridos, novios o amantes conmovidos por los peores entresijos del amor y/o del desamor.
¿Se exige alguna condición especial para amar bien? Riso afirma que la invulnerabilidad ante las desdichas del amor no se consigue con la mera incorporación de sus principios, pues si bien la primera condición es no bajar la guardia, el factor imprescindible para que se constituyan en herramientas adecuadas contra el desamor es que los enamorados cambien la concepción tradicional del amor por una más renovada y saludable. La pregunta obligada entonces es ¿en qué consiste esa nueva concepción del amor? Se resume en la máxima que preside el decálogo: negarse a morir o sufrir inútilmente por la persona que se quiere.
Tal es el eje que estructura este libro insufriblemente banal, y cuyos consejos únicamente son operativos en razón de ese cambio ideológico en la concepción del amor. El autor no contempla aspectos cruciales en este asunto, como, por ejemplo, los condicionamientos psicosociales y, por lo mismo, desatiende la responsabilidad en la toma de decisiones, pues una persona con hijos, familiares a su cargo, hipoteca, que se encuentra en paro, etc, etc., se le impone evaluar aspectos que serán indiferentes a la que está libre de esas cargas y problemas. Se echa en falta igualmente el análisis de la incidencia de la salud física y psíquica en la relación de pareja y, en consecuencia, el valor de la identificación y del narcisismo que pueden conducir a una persona a lo peor. La ausencia de discriminación y la generalización son obstáculos insalvables en la cuestión para la que el autor asegura tener la solución. En esa actitud clínica se reconoce la moral del imperativo categórico kantiano, un imperativo acorde a los protocolos basados en métodos estadísticos y cuyos resultados se aplican a un sujeto que la ideología quiere absolutamente ajeno a su subjetividad.
¿A quién va dirigido este libro? Se trata de un manual para los que sufren por amor. Es decir, no está pensado, se nos dice, para los depredadores emocionales, sino para los luchadores del amor, para los que insisten y persisten a pesar de sus errores y malas decisiones.
Este libro tampoco está pensado, habría que añadir, para las personas que quieran saber qué es el amor, por qué nos enamoramos y sufrimos por ello, qué nos hace desear con una fuerza inquebrantable, de qué se trata en la pasión, por qué algunas personas pueden sublimar la energía sexual y a otras les resulta imposible, qué hace que en ocasiones no se pueda desear sexualmente a la persona que se ama, por qué sólo el amor hace condescender al deseo, y, en fin, cómo evitar y solucionar esos y otros problemas de quienes por ser sujetos humanos, como usted, el autor de este libro y yo mismo, lejos de agotarnos en el Yo consciente procedemos según el pensamiento inconsciente, esto es, según las leyes de la instancia psíquica que se conformó en nuestra más tierna infancia y que desde entonces determina nuestras virtudes y nuestros vicios.
Todo invita a presentar esos diez principios de supervivencia amorosa. Pero antes habría que rescatar de la memoria algunas de las fuentes históricas, precedentes que del mismo modo que hablan de lo insoportable del rechazo afectivo, que en ocasiones lleva al asesinato y a quitarse la vida, nos advierten que en este asunto la razón puesta al servicio de la pedagogía tampoco cura.
Los clínicos de la autobautizada psicología científica, también llamada de la evidencia, dejan de lado las normas científicas
Quien posee una maestría en bioética, ignora, olvida o simplemente elude una de las fuentes esenciales del asunto que trata. En otros términos, el autor de culto de Riso no es el poeta romano Publio Ovidio Nasón (43 a.C.–17 d.C), sino el novelista libanés Khalil Gibran, el espiritualista Jiddu Krishnamurti, y el escritor oriundo asimismo de la India Rudyard Kipling, entre otros. El que tuvo problemas mayores con el emperador César Augusto en el año 8 a.C., como lo prueba su exilio obligado a Tomis (hoy ciudad de Constanza, en la actual Rumanía), escribió, entre otras obras, Amores, publicado en el año 16 a.C.; Arte de amar, del año 2 a.C.; y Remedios para el amor, aproximadamente en esta última fecha. En este último texto, de forma más poética que Riso pero con la misma intención, Ovidio presenta consejos y estrategias para evitar los daños y perjuicios que puede causar el amor: «Acudid a mis lecciones, jóvenes burlados que encontrasteis en el amor tristísimos desencantos. Yo os enseñaré a sanar de vuestras dolencias, como os enseñé a amar, y la misma mano que os causó la herida os dará la salud… Cuanto advierto a los mancebos, creed que lo digo también a las muchachas; doy armas a las dos partes contrarias. Si entre mis preceptos se desliza alguno que no convenga a vuestro modo de ser, a lo menos os servirá de provechoso ejemplo. El fin, lo que me propongo es de suma utilidad: extinguir las llamas crueles y libertar los corazones que gimen en vergonzosa esclavitud.»
Si la elisión de esa referencia puede obedecer a un déficit intelectual, y por lo mismo disculpable, quizá no lo sea omitir el trabajo de la socióloga y escritora Ángeles Rubio, Remedios para el mal de amores (por qué nos enamoramos y qué hacer para no sufrir de amor). Barcelona: Amat Editores, 2006; o que Riso no cite tampoco el estudio del psiquiatra granadino afincado en Madrid Enrique Rojas Montes. Remedios para el desamor. Como afrontar la crisis de pareja. Barcelona: Editorial Temas de Hoy, 1992. La misma ausencia respecto a las «Las diez claves para no sufrir por amor» del psiquiatra y psicodramatista argentino Walter Hugo Ghédin. Y el silencio es también absoluto respecto a la artista argentina Laura Sapriza Morán, directora de Remedios contra el amor, quien en un sugestivo espectáculo nos invita, al lado de Paula Budnik, mediante la danza alternativa y unos diálogos ingeniosos, amenizados con sugerente luz y la quejumbrosa música del bolero y la melosa cumbia, a seguir enamorándonos y a no llorar demasiado en tiempos de separación.
Pero no citar algunas referencias básicas no es potestad exclusiva de este terapeuta de orientación cognitivo conductual. Hace años comenté la hazaña de los profesores de la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, Marino Pérez Álvarez, catedrático de psicología de la personalidad, evaluación y tratamientos psicológicos, y a Héctor González Pardo, profesor titular de psicofarmacología, quienes en su libro La invención de los trastornos mentales. Alianza Editorial. Madrid, 2007, habían silenciado los precedentes fundamentales del asunto que trataban. (La cuestión del disease mongering –invención de las enfermedades– ha sido objeto de investigación desde la última década del siglo pasado de autores tan conocidos como Lynn Payer, Ray Moynihan, Ioana Health, David Henry, Jörg Blech, Philippe Pignarre, Marcia Angell o Meter R. Mansfield).
Es Lacan quien advierte en el amor, el odio y la ignorancia las tres grandes pasiones del Yo. Supo leerlo en Freud, y sus analizantes ratificaron el acierto del primer psicoanalista. Lo destacable aquí es que la ignorancia es una de las manifestaciones fundamentales del gran horror vacui humano que es el horror a la falta que define a la castración. Indico así que toda relación amorosa pone en juego la falta constitutiva del sujeto humano, falta de la que en ocasiones nada se quiere saber, una falta que, por lo demás, el objeto de amor viene a obturar, a tapar, a disimular. De ahí que cuando el objeto de amor falta, bien porque el partenaire muere o por otro tipo de abandono, una persona puede reprocharse haber fallado, como nos enseña el melancólico; y puede ocurrir también que alguien pueda dirigirse violentamente contra el objeto, contra el partenaire cuando barrunta que va a ser abandonado, ya que el abandono deja al descubierto la horrible falta que estaba oculta por el objeto de amor.
En los ejemplos mencionados quizá haya algo de no querer saber del lugar que ocupa para los otros el semejante, esto es, los autores elididos, por el anhelo narcisista de hacerse Uno con el Otro. Quizá haya algo, en fin, de querer ser el objeto exclusivo del Otro social, el objeto que obtura la falta-castración del Otro y así la castración de uno mismo. Por lo demás, ese intento es imaginario, por lo tanto fallido.
Una nueva idea del amor como condición del éxito ante el desamor
En el ánimo de este terapeuta se adivina el anhelo de que el amor deje de ser una ruleta rusa, de que el amante no se rasgue las vestiduras si el amado ya no lo desea. Los remedios positivistas son inoperantes para la llamada violencia de género, y frecuentemente suelen producir confusiones y efectos indeseables. También por esto no habría que haber dejado de lado las edades del amor, la diferencia entre la pasión sexual y el amor, así como los estragos del amor materno. Como indiqué los remedios que propone Riso no son para el amor tal cual lo conocemos, ya que su innovación se reduce a cambiar la idea tradicional del amor por una en la que el desamor no duela. Incluso en esta idea ya va retrasado respecto al amor en la postmodernidad, por lo que aquí también la realidad supera a la ficción. Sus principios, de práctica obligada y continuada, no superan a los que se escuchan en el restaurante a la hora del almuerzo y, por supuesto, en la peluquería. Desde la mesa del fondo llegan comentarios de personas que ajenos a esos autores dicen regirse en la relación de pareja por la premisa «no merece la pena sufrir por amor». En realidad, el sentido común, pasado y presente, conforma consejos parecidos a los que ofrece este terapeuta: «Si no te desea, aprende a perder, no insistas o sufrirás», «Si te casas con tu amante romperás la magia de esa relación», «No te infravalores», «No aceptes los chantajes», «Estar solo no es necesariamente malo», «Deja de creer que tu pareja es la mejor», «Un nuevo amor no acaba con el anterior», «El poder afectivo lo tiene quien menos necesita del otro», «Los años pasan y no se puede perder el tiempo con un amor que no te haga feliz», «Si no sientes amor es que no existe.»
Hay vida después de un querer incomprendido, como afirma Riso. Todo indica que este psicólogo se ha propuesto recordar que lo que no se puede hacer es tirarse por el balcón, como lo hizo Tom Nicon, por ejemplo. Fue por desamor que el joven modelo francés se quitó la vida el 24 de junio de 2010 a los 22 años de edad tras caer de la ventana de un cuarto piso del edificio de Milán en el que se alojaba con motivo de la Semana de la Moda Masculina de la ciudad italiana con la firma Burberry Prorsum.
De la ambigüedad y tal vez algo más
Por la página web del autor (www.walter-riso.com) sabemos que estudió psicología en la Universidad Nacional de San Luís (Argentina) y en la Universidad San Buenaventura (Colombia); que se especializó en psicología clínica cognitiva, en la Universidad del Norte (Barranquilla, Colombia), y que realizó estudios de maestría en Bioética en la Universidad El Bosque (Colombia). En ese mismo sitio se informa que actualmente es profesor de Terapia Cognitiva en la Universidad Konrad Lorenz y en la Universidad Católica de Colombia, así como en otras universidades de Latinoamérica, además de presidente honorario de la Asociación Colombiana de Terapia Cognitiva (ACOTEC). Y en la solapa del Manual para no morir de amor se lee, «Walter Riso… desde hace treinta años trabaja como psicólogo clínico, práctica que alterna con el ejercicio de la cátedra universitaria y la realización de publicaciones científicas y de divulgación en diversos medios.»
La falta de concreción y la ambigüedad merecen en todo momento la desaprobación. En esta ocasión al lector y al investigador español, sin ir más lejos, se le da una información que de citarla tal cual sería inexacta. El hecho es que ahí donde se dice «Universidad Konrad Lorenz» se trata en realidad de Fundación Universitaria Konrad Lorenz, o con más precisión, Fundación Instituto Universitario de Ciencia y Tecnología Konrad Lorenz, lo cual, obviamente, no desmerece en nada a esta institución universitaria privada con sede en Bogotá, pero sí que se la puede desmerecer al mencionarla de manera inexacta.
Nada de extraño tiene que la práctica clínica del autor de este libro se remonte a los años 80, pero se nos dice que la alterna con la cátedra universitaria. Se trata de una referencia sumamente imprecisa, entre otras cosas porque en esta ocasión se escatima la información sobre la cátedra universitaria que ocupa, esto es, en qué Universidad, en qué Facultad, el nombre de la cátedra, desde qué fecha la ostenta, etc, etc.
Estoy convencido de que Riso tiene poco ver, a no ser por la dedicación a los libros de autoayuda, con el psiquiatra y supernumerario del Opus Dei, el mencionado Enrique Rojas Montes, quien firmaba todas sus opiniones bajo el falso título de catedrático de psiquiatría. También por este motivo la escrupulosidad en la información se hace necesaria.
El poema a la letra, del humanitarismo y la postmodernidad
La posición que le es dado adoptar a una persona respecto a la castración-falta del Otro, por ejemplo respecto al horror de no ser más el objeto del deseo del Otro, Otro que en la primera infancia encarna habitualmente la madre, está presente en el poema de Antoine Tudal.
Entre el hombre y la mujer
Hay el amor
Entre el hombre y el amor
Hay un mundo
Entre el hombre y el mundo
Hay un muro.
(Antoine Tudal, en París en el año 2000)
Así es porque la relación sexual es imposible, a diferencia del acto del mismo nombre que realmente existe. Que sea imposible obedece a la Función-del-Padre, ya que por esa pretérita función normativizante del deseo el amor deviene un síntoma y, por lo mismo, suple (con un objeto semblante) la ausencia de relación sexual, relación sexual que de existir sería la relación incestuosa con la madre. En cualquier caso, la llamada relación de pareja, por lo que se cuece o queda crudo en el temprano tiempo del complejo de Edipo, nunca es absolutamente de dos, del amante y del amado. Así es porque la Función-del-Padre no es absoluta, siempre existe en ella un déficit normal, déficit que procura al sujeto cierta vinculación con sus objetos primarios.
De ahí que se haya dicho que el amor es un muro, a-muro, como recuerda Lacan. Un muro que de forma sublime se advierte en esa idealización del amor que es el amor cortés, en el que la dama adquiere el valor de objeto inaccesible, intocable, imposible (como lo es la madre: objeto a, das Ding); relación que Freud muestra en una de sus variantes en la joya clínica que es Sobre la más generalizada degradación general de la vida erótica, 1912.
Se trata de una degradación generalizada de la vida erótica porque el amor a la madre, en el caso del varón, puede interferir en la relación amorosa, interferir hasta el extremo de imposibilitar que confluyan en un mismo objeto, en el paternaire, la corriente afectiva-cariñosa y la corriente sexual-erótica. Por paradójico que pueda parecer una tal degradación no es ajena a una época que como la nuestra es de grandes transformaciones sociales, transformaciones que impelen al sujeto postmoderno a un goce sin demora. La razón, o al menos una fundamental, es que la caída de los roles masculinos tradicionales, la declinación de la autoridad del pater familias, las nuevas configuraciones familiares, el desplome de los ideales de los grandes metarrelatos políticos y religiosos, así como el ensimismamiento de los jóvenes en los objetos tecnológicos, dificulta establecer lazos afectivos con el otro sexo, pero también, y aun paradójicamente, la sublimación. (En la nueva subjetividad, en ese nuevo modo de ser del sujeto humano en el mundo no tiene poco que ver la ideología del capitalismo tardío, una ideología de la que los correligionarios de los libros de autoayuda y otros individuos con análogas intenciones humanitarias, si no se les ha pasado por alto no tienen una respuesta acorde al problema).
Girona, 04/06/2011
José Miguel Pueyo
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